En parte, pero no solamente porque la juventud está sobrevalorada, en los últimos años las personas mayores han dejado de ser esa minoría tradicionalmente muy respetada. Los que pasamos los 60 podemos aceptar esa situación o revertirla, cambiando nuestra forma de actuar en la sociedad.
Debemos primero entender que ya no somos ese 2 o 3 % que podía ser fácilmente sustentado por los jóvenes productivos. Hoy la esperanza de vida en Latinoamérica es de casi 75 años, y siendo cerca del 15% de la población, tenemos un peso económico imposible de transferir.
También entender que, con la velocidad del cambio tecnológico, la experiencia se hace menos relevante en diversos campos. Si antes quien había vivido más tiempo podía enfrentar mejor los problemas del día a día, hoy el más antiguo tiene más probabilidades de ser también el más obsoleto.
En tercer lugar, comprender que, si para nosotros el tiempo pasado (el de nuestra juventud) fue mejor, eso no es cierto para la mayoría poblacional. Todos los datos serios muestran que la población tiene más salud, más educación, menor pobreza y menos desigualdades sociales y de género que hace 30 años.
Por lo anterior, para seguir siendo vigentes, nos toca esforzarnos en al menos tres aspectos.
El primero, en la medida de lo posible, seguir productivos dentro o fuera de la familia, porque incluso quienes ahorraron para jubilarse tienen un desfase económico, ya que cuando empezaron a aportar su esperanza de vida era 20 años menor a la actual. Pero también para dar el ejemplo de esfuerzo a los más jóvenes.
El segundo aspecto, actualizarnos en las nuevas tecnologías, internet, inteligencia artificial y otras, sin las cuales seremos poco más que analfabetos modernos. No es imposible, pues en la pandemia el grupo que más avanzó fue el de los adultos mayores, que vieron que una hoja de excell es más simple que la regla de cálculo que antes dominaron, y que el internet les da mucho mayor libertad de acción.
Pero el tercero, y quizás más importante es convertirnos en los abanderados de un mejor futuro, en lugar de ser sólo críticos del presente y nostálgicos del pasado. Ser personas que, en vez de quejarse, se enfrentan al pesimismo que hoy caracteriza a muchos líderes de opinión, con la actitud positiva de quienes ya han superado en carne propia las peores adversidades.
Viejos tal vez, pero, aunque haya mucho en contra, no por ello improductivos, desactualizados ni pesimistas. Así, potenciados por la experiencia y combatiendo esa actitud de crítica permanente que caracteriza a muchos mayores, no sólo seremos más respetados sino también mucho más útiles para quienes realmente (nos) importan: las generaciones del futuro. Asumamos el reto..
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio
